
En verano de 2008 empecé con muchos sudores. Meses más tarde se le unió un dolor ocasional de cabeza y por mayo de 2009 empecé a ver todo borroso. Desde mi centro de salud me mandaron a urgencias. Después del chequeo pertinente, me tomaron la tensión, estaba bastante elevada para una niña de tan solo 10 años, por lo que pasé por varios tensiómetros, tanto electrónicos como manuales, en brazos y piernas. Los sanitarios pensaban que estaban mal, pero no, tenía hipertensión. Por tanto, me dejaron ingresada. En los próximos días me hicieron varias pruebas. Finalmente, me dieron el diagnóstico: feocromocitoma bilateral.
Casi un año después, yo no entendía por qué tenía que seguir yendo a revisiones (no me gustaba ir), ya que me encontraba bien. Un día mi madre me contó lo de la enfermedad y mi gran deseo de dejar de ir a revisiones y hacerme pruebas se había truncado…ahora tenía que seguir yendo durante mucho tiempo. Desde entonces, le cogí manía al ámbito de la salud, ni se me pasaba por la cabeza trabajar en un futuro en este mundo.
En 2012, tras una ecografía, vieron algo sospechoso en el páncreas, por lo que me hicieron otras pruebas de imagen y efectivamente, había algo, otros tumores. Después de una biopsia, se confirmó que se trataban de unos tumores neuroendocrinos malignos. Se decidió realizar una cirugía para quitar o una parte del páncreas o este entero. Recuerdo que no me preocupaba la operación en sí, si no el después de esta…quitaran lo que me quitaran, iba a tener que estar en tratamiento con insulina…Iba a ser diabética y eso no me gustaba nada.
Al día siguiente de la operación, le pregunté a mi madre cuánto me habían quitado y me contestó que todo el páncreas. Me eché a llorar y mi madre conmigo, iba a ser un gran cambio para la familia. Al principio fue bastante duro, el tema de la comida, los hidratos de carbono, insulina, agujas, pinchazos…había cambiado por completo una parte de mi día a día, pero con el tiempo, me fui dando cuenta que seguía comiendo lo mismo, que eso de que los diabéticos no comemos azúcar es un mito, y fui adaptando la diabetes a mi vida. Durante uno o dos meses estuve yendo a una psicóloga y gracias a ella, pude ver esta situación con otra perspectiva.
A través de la AECC, tuve la oportunidad de ir a algún campamento de verano e invierno. Para mí fue una gran experiencia en la que conocí a chic@s de mi edad que, como yo, lo habían pasado mal a consecuencia del cáncer. Conocer sus historias me sirvió también para afrontar todo esto que había vivido.
En el año 2015, debido a una anemia como nunca me había dado, me diagnosticaron una hipertensión portal que provocó que se formaran unas varices esofágicas y gástricas. Esto fue como consecuencia de un clip de la cirugía de 2012 y, para el control de ellas, me mandaron unas pastillas, es decir, más medicamentos que sumar a la receta.
Por último, en 2017, tras una ecografía me detectaron unos tumores en el hígado. Después de dos biopsias con PAAF (punción-aspiración con aguja fina) negativas, los médicos no se quedaron tranquilos, quería ponerle un nombre a eso que tenía. Con otras pruebas, vieron que tenía otra vez un feocromocitoma en el lado derecho (se ve que no quedó bien limpio de la primera cirugía), además, como consecuencia de la hipertensión portal, el bazo estaba agrandado, por lo que se decidió operarme. En esta cirugía me hicieron un 3×1, una biopsia de los tumores del hígado y la extirpación del feocromocitoma y del bazo. Los resultados de la biopsia mostraron una metástasis de los tumores neuroendocrinos del páncreas y la oncóloga me recetó una inyección que me administran una vez al mes para impedir que estos sigan creciendo o expandiendo.
Tras este proceso, volví a ver a una psicóloga que, como la vez anterior, me ayudó a enfrentar esto que se me volvió a venir encima.
Desde el 2017 hasta ahora, he seguido con mis revisiones, mis medicamentos, pruebas…y también mis estudios. Al final me decidí por estudiar enfermería. Sí, al final acabé en el mundo de la salud y no me arrepiento de ello.
También doy gracias a todo el equipo sanitario que me ha llevado, tanto en pediatría como en adultos, he sido muy afortunada porque todos siempre se han involucrado con la enfermedad y no he necesitado tener que buscar otro hospital para ser atendida.
Para terminar, quería compartir mi reflexión personal. A día de hoy ya no veo la enfermedad como un obstáculo en mi vida, si no como una enseñanza: ¿para qué he vivido todo esto? ¿Para estar triste, sufrir, quejarme? De qué me sirve, solo provoca que me sienta mal, me ponga más enferma y no vea que hay una vida por delante que tengo que afrontar con alegría, agradecimiento y amor. A pesar de lo que ha pasado este 2020, para mí ha sido un año de muchos aprendizajes y, el confinamiento, me ayudó a conectar más conmigo, a olvidarme de la rutina, el estrés… a veces necesitamos aislarnos un poco y reflexionar sobre que nos ofrece esta vida que nos ha tocado vivir.
Andrea Cabrera, 21 años.
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